Como ya pasó otras veces, estos textos empiezan a tomar forma cuando varias ideas se cruzan y me hacen reflexionar sobre algo en particular. Para los recién llegados, este espacio es una excusa para poner en orden esos pensamientos sueltos, dejarlos de rumiar y tratar de conectarlos. Lo difícil es recordarlos y darles una forma coherente antes de que se pierdan en el caos de lo cotidiano.
Por si a alguien le interesa, les comparto mi método, que, aunque rudimentario, me permite mantener este newsletter activo. Quizás los inspire a escribir el suyo propio, como ya han hecho otros colegas.
Para empezar, me envío un mensaje en WhatsApp. Sí, me agregué como contacto a mí mismo. Es una herramienta simple, pero efectiva, para enviar notas rápidas a mi yo del futuro. Por ejemplo, si estoy viendo una película o serie y algo llama mi atención, espero a que termine el episodio y mando un mensaje con la referencia exacta: serie, episodio, escena. Antes solía anotar cosas vagas como «capítulo 5, escena del bar» y luego me llevaba un montón de tiempo revisarlo todo. Ahora es más eficiente.
Uso ese mismo chat para copiar enlaces, guardar memes, o notas de cosas que escucho en pódcasts mientras camino o navego por internet. Es un caos organizado que funciona para mí. Sé que hay apps específicas para esto, pero WhatsApp tiene algo de inmediatez que las otras no.
Lo siguiente es estructurar. Cuando siento que tengo suficiente material, abro un documento. A veces doy mil vueltas, pero en cuanto dejo de titularlo «artículo» y le pongo un título real, las ideas empiezan a conectarse. En esta etapa suelo tener una especie de lluvia de ideas conmigo mismo. A veces, sumo la ayuda de ChatGPT, que me hace preguntas o me propone enfoques. De ahí sale un esqueleto que voy completando en sesiones más largas.
A menudo, ensayo ideas en Instagram. Aunque la plataforma no está pensada para textos largos, compartir un adelanto me ayuda a probar conceptos, recibir comentarios y ver qué resuena. He aprendido que IG es para imágenes, no para ensayos.
Habiendo descrito todo lo anterior, la mayoría de las veces a ustedes les llega solo el resultado de esas conexiones, pero esta vez, para cambiar un poco, decidí no solo incluir el destino sino también parte del viaje. Me encantaría leer sus comentarios sobre si esto fue o no una buena idea.
Como saldo, esto quizá contenga demasiadas experiencias personales, pero con suerte sobre el final podré establecer alguna reflexión, o mejor aún, algunas preguntas.
Nadie habla así.
Primero, un poco sobre cómo llegué hasta aquí.
Mi relación profesional con el doblaje ha cambiado mucho con los años, pero siempre estuvo marcada por el síndrome del impostor. Mi formación académica me convirtió en Licenciado en Audiovisión, con un título de técnico en sonido y grabación. Es decir, lo mío inicialmente era la parte técnica. Por eso, mis primeros pasos en el doblaje fueron como operador técnico en una sala, donde me aseguraba de que todo estuviera listo para que los actores hicieran su trabajo.
Después, empecé a trabajar en control de calidad, lo que me permitió aprender las bases de la profesión. Siempre he dicho que, si se tratara de una charla TED, hablaría de cómo esos comienzos, revisando errores, clasificándolos por gravedad y prioridad, me dieron un sistema que luego me sirvió para todo: dirigir, dar cursos, e incluso escribir este newsletter.
Los primeros síntomas del síndrome del impostor aparecieron cuando me pidieron que dirigiera. Sin haber actuado nunca ni tener idea de lo que quería pedirle a los actores, tuve que lanzarme y aprender sobre la marcha. Afortunadamente, me crucé con muchas personas generosas y talentosas que me ayudaron a entender el oficio. Claro que también hubo quienes no eran tan pacientes, pero incluso eso fue una lección.
Haciendo memoria, recordé que fue durante esta época que aprendí algo muy interesante gracias a los actores: la idea de que «mi personaje no diría algo así». Esta observación, aunque sencilla, tenía un trasfondo poderoso. Por lo general, no cuestionaban el contenido de la línea en sí, sino aspectos más sutiles como el tono, el vocabulario empleado o la forma elegida para comunicarlo. Fue un aprendizaje crucial, porque me permitió entender la importancia de respetar no solo lo que el personaje dice, sino cómo lo dice, asegurándome de que el diálogo mantuviera coherencia con su personalidad y contexto.
Con el tiempo, y después de ver muchas traducciones que estaban bien hechas pero no adaptadas para doblaje, me di cuenta de que necesitaba profundizar más. Empecé a desarrollar un método, a investigar de manera autodidacta y a compartir mis ideas. Primero en foros de Facebook, luego en un blog, más tarde en un pódcast, hasta llegar a este newsletter.
Esos comienzos explican por qué siempre siento que estoy aprendiendo, cuestionándolo todo, buscando mejorar. Paradójicamente, incluso cuando doy cursos al respecto.
Otro dato interesante es que, aunque hoy en día las cosas han cambiado bastante, hace 20 años era muy difícil encontrar material bibliográfico o análisis sobre el doblaje latinoamericano. Por eso, empecé utilizando como referencia textos de la industria en España e incluso seguía en redes sociales a profesionales del medio. Creo que fue en Twitter donde me topé por primera vez con un hashtag que decía: «Nadie habla así». Allí se compartían ejemplos de traducción y adaptación, evaluados desde el punto de vista de su naturalidad —o la falta de ella. Tomaba nota y aprendía en el proceso, pero siempre me llamó la atención la idea de quién tenía la autoridad para dictaminar eso.
Hablar de naturalidad me parecía lógico si se trataba de diálogos costumbristas en una ficción realista, pero ¿qué pasa cuando no es ese el caso? Porque, claro, «nadie habla así», pero tampoco nadie vive en otros planetas, tiene superpoderes o es un mapache que habla. En ese sentido, la búsqueda de naturalidad no siempre tiene que ver con lo real, sino con lo que resulta creíble y coherente dentro del universo que se está creando.
Conectando esto con doblaje.
En la actualidad, una parte de mi tiempo laboral se destina a control de calidad, y cuando surgen dudas lingüísticas, me pongo a investigar. Para estar al día comparo ejemplos, leo papers, busco artículos en redes sociales y consumo material doblado, no solo el que reviso, sino también el que elijo para entretenerme.
Dando vueltas por ahí fue que encontré esto:
Y surgió una variante de desconfianza que, créanlo o no, hasta ese momento no había experimentado. Es decir, había escuchado y muy probablemente usado muchas veces esa expresión sin cuestionármelo. A pesar de estar familiarizado desde hace tiempo con los calcos —incluso he escrito y compartido reflexiones al respecto en mi ya extinto blog—, hay expresiones que se han integrado tanto en nuestra habla cotidiana que pasan completamente desapercibidas. (¿O «inadvertidas»?)
En español, frases como «tener un punto» (del inglés to have a point) y «¿cuál es el punto?» (de what’s the point?) son calcos directos del inglés. Aunque no son idiomáticas en español, su uso se ha extendido mucho, tal vez debido a su presencia en doblajes de películas y series. De hecho, también aparecen con frecuencia en conversaciones cotidianas, pódcasts y canales de YouTube.
Como si fuera una especie de ley de atracción, mientras veía con mis hijos la serie Skeleton Crew, me encontré con un ejemplo perfecto de esto.
Hice todo lo que describí antes y, en cuanto pude, grabé un video comparando la versión original en inglés con el doblaje para Latinoamérica.
Se podría argumentar que el uso de «point»/«punto» se mantiene para lograr sincronización labial (lipsync) y respetar la bilabial, pero ese no parece ser el caso.
Como prueba, analicemos los ejemplos de España y el doblaje brasileño.
Por lo general, Disney es muy cuidadoso de sus productos. Entonces, ¿estamos ante un error o habrán considerado que esta ya es una expresión de uso frecuente?
Y no fue el único lugar donde me lo encontré: como suele pasar con las parejas que esperan un hijo y de repente comienzan a ver embarazadas por todas partes, empecé a escuchar esta expresión y sus variantes en varios encargos de trabajo.
Al mismo tiempo, mientras escuchaba un pódcast que me gusta mucho -donde cuatro humoristas conversan de manera casual e improvisan- también repetían constantemente esta expresión. Podría argumentarse que su uso es común entre gente joven, mayormente bilingüe, cuyos consumos culturales están impregnados de referencias a la cultura pop. En el pódcast, incluso hay varios episodios donde hablan de películas, Los Simpsons, Dragon Ball, y otros contenidos que ellos mismos reconocen haber visto con doblaje.
Otras expresiones que pertenecen a la misma categoría son:
«Tener sexo» (to have sex): cuya alternativa más idiomática sería «tener relaciones sexuales» o «acostarse con alguien».
«Tienes toda mi atención» (You have all my attention): se podría decir «soy todo oídos» o «te escucho con atención».
«I got this»: «Lo tengo» debería ser «yo me encargo» o similares.
«Me hiciste el día» y derivados como «al final del día» o «salvar el día».
«Hace sentido/no hace sentido»: en español, sería «tiene sentido».
«Make money»: «hacer dinero» en lugar de «ganar dinero».
«Estar en la misma página».
«Te lo prometo»: usado como «te lo juro».
«Te llamaré de vuelta» (I’ll call you back): en español sería «te devolveré la llamada» o «te llamaré después».
«Let me know»: «déjamelo saber» cuando debería ser «avísame» o «házmelo saber».
(¡Gracias a los que colaboraron en Instagram con ejemplos!)
Por todo lo que mencioné, es evidente que estas expresiones no solo se están integrando en el doblaje, sino también en nuestra forma cotidiana de comunicarnos. (Algunas de las anteriores hacen doler los ojos, pero las veo cada vez con más frecuencia incluso en correos de trabajo, como «déjamelo saber»). Y aquí surge la gran cuestión: ¿es siempre un problema? ¿Es posible que el idioma esté evolucionando de manera natural al adoptar ciertos préstamos, o estamos ante un fenómeno que debemos frenar activamente para proteger nuestra identidad lingüística?
Volviendo al doblaje y la naturalidad, ¿dónde está el equilibrio entre fidelidad lingüística y conexión cultural?
Y tengo más preguntas: ¿El público percibe los calcos como algo negativo o simplemente los acepta como parte de la experiencia? ¿Es realmente posible evitarlos en un mundo tan interconectado como el actual? ¿Qué influencia tienen los creadores de contenido digital en la normalización de estas expresiones? (YouTubers e influencers varios…)
Ojalá se animen a arriesgar algunas respuestas.
Y ¡gracias por haber llegado hasta acá!
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Me encantó este artículo y... "tienes un punto" jajaja O varios.
Creo que hay dos puntos (y de aquí viene le uso de esa expresión) muy importantes. 1. La lengua evoluciona y se adapta, como es el caso de los neologismos y los calcos de uso por redes y tecnologías. Y 2, quitando las pocas guías sobre la neutralidad y el dubesse, la lengua es muy subjetiva en cuanto a la revisión del doblaje. Porque cada traductor o QCer la abordará desde su perspectiva, su cultura y su conocimiento.
Y sobre este segundo punto creo que encaja perfecto el "nadie habla así". Lo que siempre se ha dicho es prácticamente imposible crear una adaptación neutra, pero hay de casos a casos.
Me pareció muy bueno el punto de los atores diciendo que su personaje no diría algo así y me atrevo a añadir que muy pocos traductores/adaptadores de doblaje nos atrevemos a hacer un análisis del personaje y a entender el tono del diálogo original para que en sala puedan tener un poco del registro y corazón del personaje.
La lengua incorpora muchas expresiones y pues el habla es la responsable de que estas cosas nos suenen "naturales" aunque al trabajar con doblaje mucha gente sigue pensando que se trata de un texto y no de una charla, por lo que a veces, muchas correcciones pueden caer en la categoría de subjetiva.
Y si "estamos en la misma página", disfruto mucho y he escuchado desde siempre "salvar el día" por lo que cada que puedo la utilizo, si el contexto me lo permite, para sacarle una que otra cana verde a algunos QCer, normativistas o puristas que puedan escucharlo.
Saludos.
Me encanta, Sebas. Y yo también soy mi propio contacto en guasap 😅.
Los calcos son un fenómeno interesantísimo. Yo tengo amigas que me han comentado cuando algo les parece muy regional (como oír a Deadpool decir «chingada madre», por ejemplo) o leer en un subtítulo «Voy a lo de Ramón» (traducción de «I’m going to Ramon’s), frase que no decimos en Guatemala, sino decimos «Voy adonde/con/a la casa de Ramón».
PERO, y aquí viene lo interesante, casi nunca he recibido «quejas» de esos calcos del inglés. Pareciera que el bilingüismo les/nos permite obviar la literalidad de esas traducciones y simplemente las aceptamos como «neutras».
En mi ámbito de traducción (salud y temas médicos), también hay calcos como «work hard» traducido como «trabajar duro» en lugar de «esforzarse mucho», «trabajar mucho», que se usan en tantos ámbitos (como oenegés, agencias de gobierno, instituciones locales que trabajan con hispanohablantes) que hay revisores (en EE.UU.) que ya ni lo ven.
Supongo que es posible evitarlos (aún), pero llegará un momento en que el mercado tenga muchos más profesionales/usuarios 'de la siguiente generación' cuyos usos del lenguaje parezcan sacados de una revista maltraducida, pero que formarán parte de una nueva identidad lingüística, de una nueva forma de expresarse (¿o expresarnos?).
Y tal como a vos te pasa, mientras escribo esta respuesta me entra otra duda: ¿Qué atentará (más) nuestra identidad lingüística: las traducciones calcadas o los anglicismos puros? ¿Acabaremos viendo alguna vez en el doblaje frases como: «voy a “postear” esto en mis redes», «yo soy “runner” de corazón», «Vamos a comer al “rooftop”», y otras como esas con 'préstamos' crudos... que ya no se devuelven jamás?